lunes, 28 de febrero de 2011

Plaza de La Merced

Es uno de los puntos más evocadores de Cuenca. Diminuto enclave donde se ubican varios edificios tradicionales junto al dinámico Museo de las Ciencias. El Convento de la Merced es un antiguo cenobio de la orden de la Merced Calzada edificado entre los siglos XVI y XVIII, siendo su estilo predominante el Barroco. Sus dependencias se reparten actualmente entre el Seminario Conciliar de San Julián y la comunidad de monjas Esclavas del Santísimo Sacramento y de María Inmaculada.

Santuario de Nuestra Señora de las Angustias

La primitiva Ermita de las Angustias, como popularmente se conoce a este santuario, se levantó a finales del siglo XIV, y sobre ella se edificó la fábrica actual de la iglesia en el siglo XVII, que sería ampliada en la segunda mitad del XVIII, sobre proyectos de José Martín de Aldehuela.
Dentro del templo, la Virgen de las Angustias, de gran devoción en Cuenca y patrona de la diócesis, siendo el Viernes Santo día de especial interés, cuando los conquenses van a "acompañar a la Virgen" en su soledad y angustia tras la muerte de su hijo.
Horarios
De 9 a 19, en invierno, y de 9 a 22 horas en verano.


El convento de las Carmelitas

El convento fue ocupado por las Carmelitas Descalzas en 1608, y objeto de dos remodelaciones a lo largo del siglo XVII: en 1624, a cargo del maestro de cantería Juan de Celaya, y en 1651 bajo la dirección del maestro carpintero Pedro García y el maestro albañil Antonio Velasco.
Es un edificio de planta poligonal, alargado, que se adapta a la topografía, y una fachada de equilibrada composición clásica, con una portada, dentro del cuerpo principal, dispuesta según los modos del primer barroco; de modo que sus diferentes volúmenes constructivos se revelan como elementos esenciales del conjunto de la cornisa de la hoz del Huécar.
Su interior alberga la Fundación Antonio Pérez

La iglesia de San Pedro

De entre todas las iglesias de Cuenca, la más representativa es la Iglesia de San Pedro. Debió ser construida con tres naves y torre a los pies poco tiempo después de que la ciudad fuera conquistada por Alfonso VIII. A mediados del siglo XV, cuando se produjeron las luchas entre don Diego Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, y el Obispo Lope de Barrientos, la iglesia de San Pedro desempeñó un papel importante, pues en ella se hicieron fuertes los partidarios de este último.
En el siglo XVI, la fábrica medieval apenas sufrió alteraciones. Sólo hay noticia documental de que el albañil Alonso de Torres contrató la obra de yesería de una capilla, conforme a la traza que le habían entregado. Tal vez se pueda identificar esta capilla con la de San Marcos, cuya construcción patrocinó don Miguel Enríquez, que era capellán de la catedral de Cuenca. La capilla, que según se puede leer en el friso, fue terminada en 1604, se cubre con un magnífico artesonado ochavado de tradición mudéjar. Más tarde, esta capilla pasó a ser propiedad de los condes de Toreno.
En el siglo XVII, la torre de la iglesia estaba en tan mal estado que amenazaba ruina. A fines de 1660, se decidió proceder lo antes posible a su reedificación, con el fin de detener ese proceso de deterioro e impedir su hundimiento.
Se encargó entonces a los maestros de cantería Pedro Salinas, Andrés Martínez y Simón Martínez que hicieran unas trazas de la torre; trazas que fueron revisadas por don Juan del Pontón. Este arquitecto, que era maestro mayor de las obras del Obispado, se inclinó por el proyecto presentado por Pedro Salinas; aunque no por ello dejó de resaltar la calidad de los diseños realizados por los otros maestros. Asimismo, Pontón redactó unas condiciones, en las que se ocupaba de los materiales, medidas, etc., de la torre, e hizo especial hincapié en que el chapitel se debía recubrir con teja, que era mejor que la pizarra, y en que de ninguna manera se hiciera con hoja de lata, pues se estropeaba y tenía corta vida.
Cuando se conoció este informe, la obra se sacó a subasta; y el 8 de febrero de 1661 se adjudicó al maestro de cantería don Gregorio Pastor por la cantidad de 3.300 reales.
En el siglo XVIII, durante el episcopado de don José Flórez Osorio, la iglesia, como otras muchas de la diócesis de Cuenca, fue totalmente renovada; y el encargado de esta renovación, una vez más, fue el arquitecto don José Martín de Aldehuela.
La remodelación de la antigua iglesia, de la que queda el artesonado de la capilla de los condes de Toreno, que es una labor de finales del siglo XVI, así como el campanario, es un claro ejemplo de las adecuadas soluciones que, en los solares irregulares de ciudad, supo dar don José Martín de Aldehuela.
En este caso, la planta es un octógono en el que se inscribe una circunferencia, a cuyo perímetro se adosan pilastras, entre las que se voltean arcos de medio punto, que configuran un espacio menos movido de lo que es habitual en la obra del artista. La cubrición de la capilla evidencia el diseño octogonal de la planta. No obstante, en este espacio centralizado, el abside, que también es poligonal, marca un claro eje; al extremo del cual se sitúa la fachada, constituida por la portada y la torre, aquélla queda desplazada del centro del hastial. Sobre la puerta se dispone un pequeño coro.
La torre, que se compone de tres cuerpos decrecientes, fue rematada a fines del siglo XVIII con un cuerpo de campanas.
La iglesia, después de la Guerra Civil Española, fue restaurada de los grandes destrozos que sufrió durante su transcurso.

La Iglesia de San Miguel

Está situada en la confluencia de las dos bajadas que, desde la Plaza Mayor, conducen a ella. La Bajada de San Miguel, es una gran escalinata sobre el Júcar unas maravillosas vistas del río y de los llamados "rascacielos" de Cuenca.
Levantada a finales del siglo XIII, época de la que conserva el primitivo ábside de traza semicircular, el resto del edificio es de transición al gótico.
Cuenta con una magnífica portada renacentista, igual que una parte de la decoración interior.
Además, junto a la iglesia, se conservan restos de los baños públicos construidos en la época árabe, concretamente frente al arco ojival que comunica la calle Pilares con el barrio de San Miguel.
En el siglo XVIII la iglesia sufrió una reforma radical. El primitivo cerramiento de las naves -con madera- fue cambiado: en la nave principal por bóveda de cañón con lunetos, y, en la nave colateral se dispuso una nueva bóveda de arista, la cual se asentó sobre dobles pilastras -de potente comisamiento-, cuyos capiteles, de orden corintio, fueron adornados con cabezas de angelitos. La decoración de rocalla aparece tímidamente en los arcos fajones, en los vértices de los lunetos y en el centro de las bóvedas.
En la actualidad se usa como Auditorio, principalmente durante la Semana de Música Religiosa de Cuenca.

El Castillo, Muralla y Arco de Bezudo

El Castillo se encuentra situado en la parte más alta de la ciudad de Cuenca. Fue una fortaleza árabe ganada por Alfonso VIII para los cristianos, de la que todavía quedan interesantes restos como la puerta de entrada a la alcazaba.
Fundado como fortaleza árabe y tomado por Alfonso VIII en el siglo XII, el Castillo de Cuenca fue cedido a la Inquisición en el siglo XVI, época a la que corresponde su última edificación, y, en 1812, las tropas francesas lo volaron en gran medida.
Se encuentra situado a caballo entre las dos hoces, en el punto de mayor estrechamiento entre ambas, y defendiendo la entrada alta de la ciudad.
Poco queda de lo que fue la inexpugnable fortaleza cristiana, quedan algunos fragmentos de lienzo de muralla junto a la entrada, un torreón, dos magníficos cubos cuadrados y un bello arco de medio punto en la Puerta de entrada, el llamado Arco de Bezudo, que fue restaurado en el siglo XVI, y conserva un escudo con toisón.
A esta parte de la ciudad se llegaba antiguamente por medio de un puente sobre el foso.

domingo, 27 de febrero de 2011

Torre de Mangana

A poca distancia de la escalinata de acceso a la Plaza de Mangana, y ante la explanada en que se encontraba la antigua sinagoga, después Iglesia de Santa María, se eleva otro de los emblemas de la ciudad de Cuenca: la Torre de Mangana.
La torre fue levantada en el siglo XVI sobre las ruinas del antiguo alcázar, del que aún se conservan restos. Ha servido como campanil y como reloj municipal.
La primera torre de Mangana era de planta cuadrada, la podemos conocer gracias al pintor Antón Wyngaerde; aunque en el dibujo que nos dejó de ella (1565) no aparecen la cruz y la veleta de hierro que, en 1532, el rejero Esteban Limosín puso en el chapitel que cerraba la torre, y que estaba recubierto de hojalata.
Hay constancia de que, a fines del siglo XVI, el arquitecto Juan Andrea Rodi ejecutó unas obras en la torre; pero ni éstas ni otras obras realizadas posteriormente alteraron su fisonomía pues, según podemos observar estudiando la vista que de la ciudad realizó don Juan Llanes y Massa en el siglo XVIII, la torre era igual a la que dos siglos antes dibujara Wyngaerde.
La caída de un rayo a fines del siglo XVIII y la venida de los franceses a principios del XIX motivaron la intervención del arquitecto Mateo López, que se ocupo de reparar los importantes daños que por estos dos sucesos había sufrido la torre.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, se decidió cambiar el remate de la torre; el cual, a pesar de las restauraciones, nos consta que en 1862 estaba en un pésimo estado.
En 1926, la fisonomía de la torre cambiará notablemente, con la reforma que el arquitecto Fernando Alcántara llevó a cabo dentro de un estilo neomudéjar. Suprimió el chapitel y, en su lugar, puso un pequeño cuerpo de campanas, de planta cuadrada, que cubrió con un cupulín. Las paredes fueron revestidas con una decoración rica y colorista, inspirada en motivos islámicos, principalmente norteafricanos; mientras que las almenas escalonadas que remataban la torre nos remiten a la mezquita cordobesa.
Pero esta pintoresca torre neomudéjar no habría de ser la definitiva: Mangana volvió a ser nuevamente remodelada en 1970. Con esta reconstrucción se pretendía, según se hace constar en la memoria del proyecto, dignificar una torre que, aunque no se podía considerar un monumento artístico de primer orden, tenía una gran importancia para Cuenca, pues se había convertido en uno de sus símbolos.
Dignificarla significó robustecerla, en este caso. El proyecto que en 1968 realizó Víctor Caballero, supuso encastillar la torre, y darle un carácter fortificado y de arquitectura militar que no había tenido ni en su origen (cuando era parte de la vieja muralla).
Caballero dotó a la construcción de un potentísimo matacán, y la remató sin tejado; con lo que colocó en difícil competencia el nuevo aire compacto cobrado por la torre con sus genuinas características de fragilidad y esbeltez.
Abajo se muestra una imagen de tal y como pudo haber sido.